Capítulo 2: Frío inmortal
Segundo capítulo de Frío Inmortal:
Recuerdos grabados I
Cuatro años atrás
El
equipo de Siana se encontraba en medio de una expedición. Después
de haber estado entrevistando a otros miembros del equipo y siempre
esperando captar imágenes cotidianas de ellos en secreto dado que
eran las más naturales, Cachet acudió al camarote de su amiga con
sigilo, cámara en mano. Al abrir la puerta metálica con mucho
cuidado, apretó los dientes cuando las viejas visagras chirriaron.
Pero el sonido no pareció ser lo suficientemente fuerte como para
molestar a su amiga. Se asomó para encontrar a la joven arqueóloga
tumbada sobre su cama, con un grueso y viejo tomo a su lado. Su negra
coleta colgaba por fuera de la cama al igual que su pie derecho, que
se apoyaba en el suelo. Su brazo izquierdo cubría parcialmente su
rostro a la altura de los ojos.
Sonrió,
burlándose de aquellos días en los que Siana dudaba de sí misma,
en los que se planteaba abandonar la arqueología. Días que, por
fortuna, pasaron hacía mucho tiempo. Algo por lo que Cachet estaba
orgullosa de su amiga. Tras comprobar que aquella se hallaba en una
buena situación para mostrarla al público, Cachet se situó, con su
mejor sonrisa y el pulso acelerado, de forma que tanto ella como la
durmiente salieran en el plano para seguir relatando la travesía.
–Tercer
día de viaje –empezó a susurrar–. Ocho de la noche. Tras haber
empezado en Gales, nos encontramos ahora a bordo del buque White
Shark de Tanzania con rumbo a la isla de Madagascar. A modo
informativo diré que este barco no es grande. No tanto como el
Kraken, claramente. El objetivo de este viaje es intentar arrojar
algo más de luz sobre el origen del pueblo Antamba… Antambako…
–Rió ruborizada. Había intentado aprenderse bien esa palabra para
que no se le atascara durante una grabación. Viendo que su estudio
no había sido suficiente, intentó pronunciar la palabra más
despacio–. Antambahoaka. Uf… Menudo nombrecito. Como podéis ver
–Ahora encuadró únicamente a su amiga, pasando lentamente de un
plano entero a un primer plano de su rostro–, Siana está agotada,
pues ha estado discutiendo con Brannock sobre la expedición y
estudiando sin apenas descanso la cultura de las tribus africanas
desde antes de salir de Gales. Todo normal… –añadió con un
movimiento aburrido de su mano para demostrar lo rutinario que era
aquello–. Si la conozco como creo que la conozco, diría que este
viaje no es de los que más le han entusiasmado. No tiene demasiadas
esperanzas en descubrir gran cosa esta vez. En realidad ninguno de
nosotros espera hallar nada significativo, y mucho menos algo
parecido a una reliquia. Intentaremos que sea lo más entretenido
posible para vosotros, pero no podemos hacer magia. Como responsable
de la película y miembro del equipo, os pido disculpas de parte de
todos si os decepcionamos. Fijaos –Ahora cruzó la puerta para
grabar el interior del camerino y siguió hablando en un volumen
todavía menor, con la cámara más cerca de su rostro–. Libros,
mapas, anotaciones, fotografías de distintas tribus de Madagascar
por todas partes… Ya os habréis dado cuenta de que esto es como el
hábitat natural de Siana Rohde. Esta vez, sin embargo, es algo
distinto: podéis ver un número mucho menor de esos objetos –En
ese punto, mostró otra vez un sonriente plano de sí misma. Nunca se
autoimponía límites a la hora de grabar cualquier tipo de escena.
Siempre había tiempo después de eliminar las escenas más
excesivamente íntimas de la película–. Puede parecer una chica
muy aburrida, ¿verdad? Pues en realidad, no lo es tanto. No siempre
al menos –añadió con una divertida expresión de reflexión–.
Aunque suelo tener que ser yo quien le saque de este mundo de papel
para pasarlo bien.
–¡Cach!
–El repentino grito de Siana (quien empezó a levantarse al darse
cuenta de la presencia de Cachet), sobresaltó a la directora.
–¡Lo
siento! –Por la expresión de su amiga, Cachet supo que la cámara
pudo ser lo único que le librase de una reprimenda, aunque podría
no contener a la arqueóloga durante mucho tiempo. Apagó la máquina
por lo que pudiera pasar–. Sólo estaba… Perdona, ya está.
¿Estabas dormida?
–En
realidad la tormenta no me pone fácil mantenerme dormida tanto como
me gustaría.
–Ahora
que estás despierta, ¿no quieres decirles algo a tus fans?
–Es
de noche ya. ¿Es necesario que sigas grabando a estas horas? No
vamos a hacer nada más relevante a la expedición hasta, como
pronto, mañana.
–Pero
sí en cuanto a tu vida. ¡Claro que es necesario!
–A
lo mejor luego les digo algo –se resignó Siana, desperezándose
con un sonoro bostezo.
–Venía
a decirte que los tanzanos están tocando música y contando
historias muy divertidas –Cogió la mano de su amiga para tirar de
ella–. ¡Deja el trabajo y ven a relajarte un rato, anda!
–Ahora
mismo voy.
La
noche pasaba entre risas y una cena que apenas se consumió. Siana
bailaba con Brannok, su instructor de escalada y líder de la
expedición, ese antiguo militar que había sido también instructor
y amigo de Beynon y al que torturaba el hecho de que Lord Rohde no le
hubiese llevado con él desde el día en el que desapareció. Después
de prestarle la cámara a Hedd, el joven técnico, para que grabara
el espectáculo, Cachet se subió a una mesa para practicar la
segunda actividad que más le gustaba: darlo todo cantando uno de los
temas pop más populares del momento entre los aplausos y vítores de
su público, acompañada de la música de los tambores y otros
instrumentos de los tanzanos y utilizando una cuchara a modo de
micrófono.
Pero
el jolgorio no iba a durar…
Como
si la enfurecida tormenta que tronaba en el exterior de la
embarcación fuese una enorme bestia, sus rugidos se hicieron
ensordecedores, segundos antes de que el buque se tambalease. Algo
debió de golpear el barco, con tal fuerza que algunos tripulantes se
desplomaron.
–¿Qué
ha sido eso? –exclamó asustada Cachet, que ya gateaba a toda prisa
en dirección a su cámara de vídeo con el trasero dolorido.
Al
ver que Siana se dirigía con paso tambaleante pero apresurado hacia
el exterior del comedor mientras los demás se preguntaban qué había
pasado, se lanzó tras ella. Le siguió hacia el puente de mando,
donde el capitán Sirhan, un fornido y experimentado marinero
tanzano, llevaba ya rato luchando por mantener a la gran mole de
acero bajo control al mismo tiempo que pedía ayuda por radio.
–¿Cuál
es la situación, capitán? –indagó Brannock, que había seguido a
las chicas de cerca, antes de que ellas pudieran decir nada.
–¡Maldita
sea! Estamos en medio de la mayor tormenta a la que me he enfrentado
nunca. Debemos de haber sido arrastrados hacia el rocoso nordeste.
Creo que hemos chocado con algo. ¡El maldito casco puede haberse
dañado! Estoy intentando poner rumbo a las islas Comoras antes de
que podamos hundirnos.
–¿Podemos
llegar?
–No
lo sé. Ese impacto ha sido muy fuerte. Necesito que alguien
compruebe ahora mismo si está entrando agua por algún maldito
sitio.
–Voy
para allá –anunció Brannock, poniéndose en camino de inmediato.
–¡No!
–Siana se interpuso–. Yo lo haré.
–Puede
ser peligroso, Siana –Brannock puso su mano sobre el brazo de la
chica.
–Tú
eres más fuerte. El barco y el capitán te necesitan más aquí. Yo
iré a mirar.
Él
vaciló un instante.
–Vale.
Pero ten cuidado.
–¡Sólo
voy a echar un vistazo! –sonrió ella, sorprendida por lo que debía
de parecerle una preocupación exagerada–. Estaré bien. ¡Aparta,
Cach!
–¡Perdón!
–La directora se apartó del camino de su amiga para después ir
tras ella otra vez, intentando seguir su acelerado ritmo–. ¿Sia,
crees que este barco puede hundirse?
–Esperemos
que no.
–Si
está entrando agua…
–Estamos
en una situación precaria, ¿entiendes? Deja la maldita cámara de
una vez, vuelve con los demás y haz algo útil.
Cachet
era consciente de que podría ser una molestia más que una ayuda
para Siana en una situación como aquella. Ella misma habría
preferido quitarse de en medio por el bien de todos. Sin embargo,
aunque podría irritar a su amiga, creía tener motivos para confiar
en estar más segura con la arqueóloga.
Ya
no era sólo el temporal el que rugía. El propio barco había
empezado a quejarse también, como un gigante al que tortura un
fuerte dolor. Algunos objetos cruzaban el suelo como si pretendiesen
hacer a las dos chicas tropezar para impedir su avance. Cachet tenía
más dificultades para mantenerse en pie que Siana. En uno de los
balanceos, la directora se golpeó, cayendo al suelo con un grito.
–¿Cach?
–¡Estoy
bien! –afirmó la aludida, con una mano en la cabeza y ojos
húmedos, decidida a no ser una carga–. Corre… ¡Sigue!
Vio
a Siana desaparecer tras un segundo de duda. Volvió a ponerse en
pie, pensando que aquello era muy peligroso, que debería volver con
los demás. No obstante, le pareció que sus compañeros estaban ya
muy lejos y que, si le pasaba algo por el camino, podrían tardar
demasiado en ayudarle o no aparecer nunca, dada la situación.
“Graba.
Tienes que grabar. ¡Graba, graba, graba!”
Siguió
su camino descendente, hacia las entrañas del barco, hasta que se
sintió perdida.
–¡¿Sia?!
¡¿Dónde estás?!
Allí
sola, le pareció que el barco se agitaba con mayor fuerza, que sus
rugidos eran aún más potentes. El vello se le erizaba. Fuertes
temblores sacudían su cuerpo. Se rodeó con el brazo libre
intentando darse calor. Las gélidas garras del miedo que había
estado procurando eludir ocupando su mente con otras cosas empezaban
a penetrar profundamente en su ser.
–¡Joder,
Sia!
Bajando
unas escaleras, el buque se sacudió como si algo hubiera vuelto a
golpearlo. Cachet no logró agarrarse y rodó escaleras abajo,
acabando por ello llorando, con rodillas y barbilla tiñéndose de
rojo. Pero cuando creía que nada podía empeorar, una gélida
caricia le sobresaltó cuando se encontraba aún en el suelo,
provocando que se levantase como un resorte. El lugar estaba
llenándose de agua. Cachet volvió a subir las escaleras para
escapar buscando un lugar más elevado.
–¡SIAAAAAA!
¡ALGUIEN! ¡SOCORROOOOOOOOO! –gritó desesperada mientras
aporreaba la puerta de metal, que se había cerrado a su espalda y se
negaba a abrirse de nuevo.
Gritó
y gritó. Aporreó y aporreó sin recibir ayuda. El agua, que
ascendía a una velocidad alarmante, llegó a cubrirla hasta el
abdomen, paralizándola tanto de frío como de miedo al imaginar allí
tiburones esperando a tenerle al alcance. Ya iba a intentar nadar
hacia otro lado buscando otra salida antes de terminar ahogada cuando
la puerta se abrió con un fuerte chirrido. Alguien la agarró cuando
el agua le arrastraba hacia el exterior, evitando que se desplomara.
–¡Sía!
–Cachet abrazó con fuerza a su amiga entre temblores y lágrimas.
–¡Tenemos
que irnos! –anunció la aludida–. ¡¿Quieres dejar la cámara de
una vez?!
–¡No!
–¡Cach,
el barco se hunde!
–¡NO,
NO, NOOO!
Sin
estar segura de por qué, Cachet se aferraba a la cámara como si de
ello dependiera su vida, como si fuera lo único a lo que pudiera
agarrarse para mantenerse a salvo. Todavía aterrada por la situación
de momentos antes, sólo pudo contemplar cómo Siana tiraba de ella
de vuelta con los demás.
–¿Qué
ha pasado? –preguntó Brannock, alarmado, en cuanto las vio llegar
empapadas.
–El
barco se llena de agua –respondió Siana–. Tenemos que salir de
aquí ya.
–¡Tenemos
que salir de aquí! –corroboró una histérica Cachet.
Brannock
se dirigió entonces al capitán.
–¿A
qué distancia estamos de tierra?
–No
lo sé. ¡Los equipos están fritos! –El marinero descargó su
frustración en las máquinas–. Creo que debemos de estar entre
media y tres millas, aproximadamente.
–¿Cree
que el White Shark llegará? –Como respuesta, el capitán Sirhan
miró de soslayo a las chicas. Fijó sus penetrantes ojos oscuros en
la cámara que le enfocaba para después devolver su atención a
Brannock. Una mirada silenciosa pero significativa. El líder de la
expedición asintió–. Siana, Cachet, volved con los demás.
Reunidlos e intentad tranquilizarlos. Iré detrás de vosotras.
La
tripulación tanzana se había ido. El resto del equipo de Siana,
aunque alarmado y discutiendo a gritos, seguía reunido en el
comedor. Siguiendo las órdenes de Brannock, la arqueóloga intentó
calmarles. Sabía que revelar demasiada información podía
descontrolarles. Eso era lo último que podían permitirse. Aunque
procuró evitar responder algunas de sus preguntas, el húmedo
aspecto de las dos chicas, especialmente el de Cachet, les hacía
temer lo peor.
–Nos
estamos hundiendo, ¿verdad? –preguntaron–. ¡Hemos tenido que
chocar contra algo!
A
medida que Siana hablaba, Cachet se daba más cuenta de que, a pesar
de los esfuerzos de su amiga, cabía la posibilidad de no poder
mantenerlos unidos, de que podrían ir a buscar la salvación por su
cuenta de un momento a otro, como al parecer habían hecho los
tanzanos. Siana llegó al punto de tener que agarrarlos para evitar
que abandonasen la estancia.
Como
si Cachet no tuviera suficiente miedo ya, la tensión de sus
compañeros aumentaba su inquietud. Otro impacto sacudió el barco.
Sin embargo, no fue eso lo que le llevó a echar a correr.
–¡Cach!
Centrada
en su intención, apenas se dio cuenta siquiera de que Siana le
llamó. Fue para ella un simple eco lejano. Corrió hacia su camarote
con una determinación ciega hasta que alguien le agarró por el
brazo.
Siana
le encontró.
–¿Qué
diablos haces?
–Mis
cosas –Cachet estaba metiendo objetos en bolsas herméticas
destinadas a situaciones de emergencia–. Mi equipo.
–Déjalo.
–Tengo
que…
–¡No
tenemos tiempo para eso! ¡Vamos!
Pero
Cachet no estaba dispuesta a irse sin nada. Viéndose una vez más
arrastrada por su amiga, volvió la vista atrás lamentando tener que
dejar allí la mayor parte de sus pertenencias.
Al
volver al comedor, Brannock y el capitán ya estaban allí.
–Es
cierto: el barco se está llenando de agua –informaba Sirhan.
Hablaba con cierta calma intentando evitar que cundiese el pánico–.
Debemos ir a los botes salvavidas de inmediato.
Cuando
todos estaban equipados con trajes impermeables, empezaron a salir.
–Con
calma –Ordenó Brannock al ver al desesperado equipo lanzarse hacia
la puerta–. ¡He dicho con calma!
–¡Por
favor, chicos, despacio! –le apoyó Siana.
Cachet
quiso ayudar, pero era incapaz de desviar su atención del frío que
agarrotaba sus músculos y de los preocupantes sonidos del barco, que
parecía amenazar con partirse en dos en cualquier momento.
–¡Que
no se vayan sin nosotros! –exclamó Brannock.
Sin
pensarlo dos veces, Siana se adelantó al grupo que se alejaba para
impedir su avance.
–¡Siana,
quita de en medio! –Uno de ellos la apartó con un empujón.
Por
esa agresión, ella le propinó un puñetazo en la mandíbula a ese
tipo de casi dos cabezas más alto que ella, derribándolo. Eso
detuvo al resto, cuyas temerosas miradas iban del caído a la
violenta arqueóloga, quien permaneció con los puños cerrados y
expresión amenazadora.
–¡Vamos
a ir hacia los votes con tranquilidad, ¿está claro?!
–¡Seguidnos!
–Brannock se unió a la chica a la cabeza de la comitiva.
Sin
pensar en nada más que en mantenerse ocupada, Cachet se aseguró de
encuadrar la fugaz pero satisfecha sonrisa del usualmente severo
rostro del instructor, ese hombre de cano cabello y profundas arrugas
de expresión, que lanzó una fugaz mirada fraternal a Siana mientras
avanzaban luchando contra la lluvia y contra un viento huracanado.
Al
llegar donde debían estar los botes, comprobaron que no quedaba
ninguno.
–¡Malditos
cabrones! –bramó el capitán.
–¿Qué
hacemos ahora? –exclamó Cachet, cada vez más aterrada.
–¿Tenemos
alguna alternativa, capitán? –indagó Brannock.
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